Oberto "Atenas, mi sueño de siempre"



 “Desde chico, la ambición era llegar acá. Todo lo demás fue de sobra”, reveló ayer Oberto, campeón olímpico y de la NBA, a pocos días de volver al Griego en la Liga Nacional. Lo presentan hoy.

“Atenas fue el sueño que tuve siempre. Todo lo demás fue de sobra. Yo soñaba, desde chico, con jugar en Atenas. Escuchaba los partidos en la radio, los veía en la tele, y la ambición era llegar acá. Y de repente vinieron la selección argentina, Europa, la NBA. Pero donde me hice como jugador y como persona fue en Atenas. Acá tuve valores muy importantes y gente que me ayudó mucho”, dice.

¿Es posible cumplir ese sueño dos veces? ¿Es el mismo sueño o se va transformando con los años? ¿Cuánto pegan esas palabras de un campeón olímpico y campeón NBA en esos pibes que piensan primero en Europa o en la misma NBA antes que en llegar a la Liga?

Fabricio Oberto está sentado sobre una mesa del “Poli” Cerutti. El sudor chorrea desde su vincha y atraviesa su rostro, surcando esa barba desprolijamente prolija. Sus gestos mezclan huellas de agotamiento por una práctica intensa con un brillo en los ojos que uno emparenta demasiado rápido con la felicidad. Con un brillo interior.

La agradable mañana cordobesa va cruzándose con el mediodía. Un rato antes, uno de los mejores pivots del básquet FIBA en muchos años hizo evidente que su gen basquetbolístico está inmaculado: movimientos de pies exquisitos, entendimiento del juego, y nada de esquivar los roces. Se faja duro, defiende, ataca. Después pone los brazos en la cintura y jadea, fundido.

“No quiero imaginar la sensación del jueves con los excompañeros. Será muy especial. Voy a tratar de pisar la cancha y no estar volando. Con todos los que hablé están chochos”.

“¡Bien, pibes!”, exclama cuando terminan. Choca palmas y les da un beso a Franco Barroso y Sergio Chialva, sus “sparrings” de ayer, y dialoga con el asistente Martín “Polo” López, mientras el preparador físico Andrés Darbyshire lo ayuda a elongar. Lo hace con dedicación y esmero. Siempre fue un obsesivo de los cuidados físicos. Es ejemplo por eso y es ejemplo cuando habla: ejerce un poder hipnótico en los demás.

Un verde muy especial

Fabricio dialoga relajado, sin casete, sin ocultar emociones. “La camiseta de Atenas tiene otro peso. Es especial, más allá de que cada camiseta que me puse la tomé como si hubiera jugado toda mi vida ahí y fuese hincha de ese club. Y sé que nunca volví a un equipo del que me fui. Esta es una experiencia nueva”. Hubo amor. Hay amor.

–Habías dicho que ibas a ir “tranqui”, pero te vimos fajarte de lo lindo. ¿Te estás sintiendo superbién?

–No. Supermal. Jaja. ¡Ese es el problema! Si estoy superbién no me fajo tanto. Creo que es la única forma de recuperarme. A la parte de uno contra uno la sufrí. La semana pasada estuve en Buenos Aires y practicaba fuerte una hora después del campus. Terminé abollado, pero al tercer día me empecé a sentir mejor. Es un camino de piedras: estás descalzo y tenés que ir poniéndote en forma.

–¿Te sumás en un momento complicado del equipo?

–Sí. Son tres derrotas consecutivas y el partido del jueves, con Argentino, es clave, como lo serán todos los partidos que se vienen. A mí lo que menos me interesa es abrir el paraguas. Es un momento en que vamos a tener esa presión, y yo voy a tener esa presión. La asumo y voy a tratar de ayudar.

–Percibís que todo el básquet argentino lo pinta como un regreso especial.

–En Buenos Aires me sorprendí en la última semana. Fue increíble. Esta semana trataré de estar lo más ajeno posible. Veo todo positivo, pero tengo que mostrar el trabajo acá, en la cancha –señala el parqué del “Poli”–. Estoy chocho por lo que me transmite la gente, pero hay que rendir en la cancha.

–¿Ya empezás a imaginar el partido del jueves?

–¿Sabés que no? No tengo encima suficientes prácticas para asimilar rápido mi rol en el equipo. Me quedan pocos entrenamientos y no puedo meter más: llegaría supercargado al partido. Andrés (Darbyshire, el preparador físico) me va metiendo trabajos para que me acondicione paulatinamente. Si en el partido juego un minuto, tres o 10, voy a poner la intensidad de siempre. Si es más, me voy a sorprender yo. Jaja.

–¿Qué intuís del contexto del juego para Atenas, para el rival y para toda la Liga?

–No voy a entrar con la idea fija de “tengo que meter un doble”. Tal vez ni tiro al aro. Pero si puedo defender y que el equipo gane, todo bien. Es lo que más me interesa darle a Atenas. Mi llegada no sólo es motivante para nosotros: los demás equipos estarán supermotivados, como pasó con la llegada de “Chapu” Nocioni a Peñarol. Hay que estar preparados para eso.

El nuevo “Marcelo”

–Por tu recorrido, no sólo te van a ver como jugador. Atenas y la Liga esperan mucho de vos en todo sentido.

–Es un rol nuevo. En la selección tenía líderes y en todos los equipos tenés “jefes”. Vas armando pequeñas sociedades. En el básquet, para mí eso es todo. Y me siento en la responsabilidad de trasladar mi experiencia a pibes como Franco (Barroso) y Sergio (Chialva).

–A la edad de ellos, vos te quedabas con Marcelo Milanesio, puliendo tu juego.

–Muchas veces los hechos son los que te hacen aprender. Si yo te digo que no hay que patear la botella con agua al salir al banco de suplentes, pero cuando salgo le meto un patadón, ¿qué te estoy contando?

–Tu ídolo era Milanesio y ahora sos aquel “Marcelo-espejo” para estos pibes.

–Si tengo ese rol es tremendo, en el buen sentido. Marcelo fue guía de muchísimos jugadores. Y lo sigue siendo. Está entre los mejores bases con “Pepe” (Sánchez), “Puma” (Montecchia), Prigioni, Cortijo. Por ahí somos mezquinos en hablar de la Generación Dorada, porque ahí no hablamos de los jugadores de los que aprendimos.

–Si bien sos polifacético (radio, música, lectura, escritura), en el básquet transmitís una felicidad absoluta.

–Es lo mejor que sé hacer. Por eso también tomo el desafío de volver. Quiero disfrutar los meses o los años que juegue. Vengo a la práctica y antes tal vez estaba serio: ahora sé que podés jugar y divertirte.

–Y más allá de la predisposición, ¿lo disfrutás?

–Estoy tratando. Je. Mi cabeza está tratando de hacerlo.

–El jueves seguramente vendrán al Cerutti varios excompañeros muy queridos.

–No me quiero poner a imaginar esa sensación. Va a ser un momento especial. Voy a tratar de pisar la cancha y no estar volando. Con todos los que hablé están chochos. Cuando yo tenía cosas que no me dejaban volver, todos eran muy medidos. Y una vez que dije que iba a jugar, se pusieron todos felices.

–¿Lo mismo con tus compañeros de selección que juegan en la NBA?

-¡No lo sabía ninguno! Se enteraron cuando dije que sí. A los 10 minutos de conocerse la noticia, “Manu” (Ginóbili) me mandó un mensaje: “Llamame ya”. Y lo llamé al toque.

–¿Cómo te convenció “Felo” Lábaque?

–Yo le decía: “Tengo estos proyectos, estos tiempos, estas fechas”. Y el Felo respondía: “No hay problema: nos vamos a acomodar”. Él entendía mi situación personal y me cuidaba, pero yo insistía: “No voy a poder ponerme en forma. No puedo jugar”. Estaba negado. Y pasó algo: la casa de Felo está al lado de un drive de golf, y pica una pelotita y me pega fuerte en la cara, al costado de la nariz. No sé si fue el punto, pero me dije: “Me están dando una señal de que tengo que cambiar lo que estoy diciendo, porque si no me va a caer una piedra en la cabeza”. Ja. Fueron tres termos de mate, y charlar y charlar.

–¿Y cuándo diste el sí?

–En un momento teníamos ahí los papeles del pase y dije: “Bueno, ya está”.

–¿Fue un clic o se empezaba a dar vuelta la decisión?

–Un clic. A esas cosas las tenés que sentir o no las hacés.

–Te fuiste en 1998 y usaste muchas camisetas. ¿Qué tiene de especial la de Atenas?

–Atenas es mi sueño de siempre, desde chico. Todo lo demás fue de sobra. La ambición era llegar acá. Y de repente vinieron la selección argentina, Europa, la NBA. Pero donde me hice como jugador y como persona fue en Atenas.

Fuente: Mundo D

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