¡¡Turquía es finalista del Mundial 2010!! Los otomanos han ganado por 83-82 a Serbia con una canasta de Tunceri a 0,5 segundos, una bandeja inesperada que devolvía los dos puntos anotados por Velickovic a 4,3 segundos. Final USA-Turquía.
Quizás no lo veamos nosotros. Probablemente, ni él mismo lo vea. Pero si algún día, paseando por una calle de Estambul, a orillas del Bósforo, uno se encuentra con la "Calle Tunçeri", alguien debería relatarle un pequeño cuento, aquel de los cinco minutos más mágicos vividos en la historia del baloncesto turco. Un fantasma que apareció en el momento clave, un anti-héroe que bordó su papel, planteando un encuentro soberbio de principio a fin, un príncipe azul, Turkoglu, en horas bajas, y un final apoteósico, emocionante y vibrante, con final feliz. La obra más bella firmada por el Sinam Erdem.
Quién le iba a decir a Ilyasova, cuando ponía al rojo vivo al pabellón local, que su canasta inicial sería su última en la primera mitad. Los turcos intentaron imponer su ritmo pero muy pronto acabaron perdidos ante la maraña defensiva de su rival. Un par de triples les servía a los balcánicos para resistir la embestida rival (6-6) y la presión atrás haría el resto. Turquía jugaba por impulsos, con muchas ganas pero poco acierto, contagiado de las ansias latentes en las gradas, del ambiente de euforia que rodeaba al partido. Presión, puro presión. Acciones precipitadas, juego exterior nulo y una sensación clara, desde los compases iniciales, de que los de Ivkovic marcarían el compás.
Teodosic alzaba los brazos, buscando a su afición y encendiendo a la parroquia local tras un 2+1 de Bjelica y Velickovic, con su segundo triple, culminaba la excelente puesta en escena serbia: 15-8 (m.6). A falta de ideas y con Ilyasova totalmente desaparecido, Turquía se encomendó a su velocidad en el contraataque tras robar el balón, a su imán defensivo Onan y, especialmente, a su máxima estrella, Türkoglu. De su mano, en un arranque de rabia y de orgullo, los locales endosaban un 0-7 a su oponente para igualar en el luminoso (15-15, m.8), , aunque cinco puntos consecutivos de Teodosic permitían que el encuentro tuviese un color azul al término del primer acto: 20-17.
Como si jamás hubiese habido separación entre un cuarto y otro, el segundo fue una perfecta prolongación en el parqué. Mismas virtudes, mismos defectos. Turquía se obsesionaba con su juego interior y los puntos no llegaban. Sin embargo, su agresividad en defensa frenó el ritmo de su rival y con muy poco, un par de canastas con adicional seguidas, le pisaba los talones a serbia antes del ecuador del periodo: 26-25. El pabellón se caía. Era el turno del asesino silencioso. El que enamoró en Sevilla con sigilo, el que conquistará Valencia con sólo poner un pie en la Fonteta, el que cambió el partido contra España sin llevarse portadas o titulares. Lo volvió a hacer. Sin acciones para el highlight, sin gestos a la grada, sin piques, sin ruido. Un 0-7 con su firma merced a un par de canastas y un triple silenciaban el ensordecedor ambiente y abrían la máxima brecha en el encuentro: 33-25 (m.16).
Con Türkoglu en el banquillo y el abismo asomando, surgió la figura de Arslan, capaz de revolucionar el partido con varias acciones que dieron aire fresco al espeso ataque turco y que amenazaban con nivelar el choque justo antes del descanso (38-35, m.19). Sin embargo, un instante de inspiración de Keselj, una delicia técnica capaz de dinamitar los instantes más igualados, estiró la ventaja balcánica hasta los siete a la hora de irse a vestuarios: 42-35.
Había que reaccionar. Invictos durante todo el Mundial, ciclón temible reducido a mero chispeo por la seriedad del planteamiento de Ivkovic, Turquía tenía que ofrecer otros argumentos si quería alcanzar la primera final de su historia. No tardó en cambiar el escenario del choque. Un 2+1 de Erceg fue la carta de presentación. Krstic aguantó el temporal todo lo que pudo pero Onan, con un explosivo triple, igualaba por fin el marcador: 46-46 (min.24). Fuego en la pista. Fuego fuera de ella. El banquillo turco de pie, los brazos de Onan mirando al cielo, como el resto de aficionados que, ahora sí, veían que empezaba un partido nuevo. Y no estaban equivocados mas, para su desgracia, el nuevo encuentro que comenzaba era uno con Teodosic de protagonista. Aún más.
No tardó en hacerse notar. A la jugada siguiente del triple que convirtió el Sinam Erdem en lo más parecido al infierno en la Tierra, Milos cogió el balón, lo acarició, miró aro desde su casa y anotó a placer. Ahora no había gestos, ni gritos de rabia. Sin muecas, sin inmutarse. Así duele más. En las dos siguientes jugadas, se sacó de la chistera dos asistencias con su sello que Rasic y Keselj aprovecharon y, más tarde, se burló del equipo rival, sorteando a todos sus rivales para anotar una canasta que hacía mucho daño: 56-48 (m.26). En cuatro jugadas, en cien segundos del Teodosic más puro y decisivo, Serbia volvía a dar un puñetazo en el mentón de su rival.
Al borde del K.O, Turquía volvió a resistir, con una fuerza mental envidiable que compensaba su inferioridad en el juego y en el mando del partido. Una efectiva zona y dos triples del eléctrico Arslan, volvían a poner el encuentro en un puño, aunque ambos concluyaron con un regusto agridulce el cuarto por culpa de los tiros libres, auténtica condena. Unos pudieron remontar y los otros recuperar su ventaja, aunque el 63-60 final dejaba todo por decidir en el cuarto periodo.
Turquía salió a morder. Tunçeri avisaba con un robo sobre lo que haría después e Ilyasova pudo poner por delante a los suyos con un triple que se salió de dentro. Mensaje mandado. Si perdonáis, os ganamos. La excelsa dirección de Teodosic, la superioridad en el rebote ofensivo y los puntos en la zona de Krstic, otro que se apuntaba a la moda de fallar desde la personal, le bastaba a los balcánicos para seguir mandando (66-61), pero un triple de Türkoglu volvió a calentar los ánimos en Estambul. Déjà vu. Más gestos de rabia, más brazos agitándose, más emoción, más esperanza.
Y más sangre fría serbia, capaz de despertar de aquella pesadilla llamada zona 1-2-2 con un par de triples, en los momentos más tensos, de Keselj y Teodosic, perfectos aspirantes a anti-héroes en Turquía: 72-64. Restaban cinco minutos y el guión parecía escrito. Turquía había estado demasiadas veces a punto de remontar pero jamás había consumado su reacción. Demasiados brindis al sol, demasiadas embestidas. Mucha épica, poco resultado.
Aún les quedaría una última oportunidad, guiado por el jugador más desaparecido en los 35 minutos anteriores, Kerem Tunçeri. De fantasma a mito en cinco minutos. Un triple suyo sacaba de la UCI a Turquía y, tras una canasta de Onan, anotaba a aro pasado para volver a meter el miedo en el cuerpo de su rival: 75-73 (m.37). Habría más. El ex base del Real Madrid puso a todo el país en pie en la acción posterior, con un triple de siete metros que cambiaría por siempre la historia de la semifinal: 75-76. Ahora sí, Turquía podía mirar desde las alturas -pequeñas, pero alturas, al fin y al cabo- a su rival. Ahora sí, Serbia debía demostrar su entereza para manejarse en un escenario nuevo que no le pertenecía.
Onan, sinónimo de alma y de corazón, encendió los fuegos artificiales con dos tiros libres que clavaba como una flecha el 0-9 en el corazón de su rival. Sin embargo, cuando lo más difícil estaba hecho, Turquía no remató a Serbia. Los de Ivkovic, agonicamente y con dos tiros libres forzados por un Keselj que voló como un ángel para capturar uno de los rebotes del Mundial, ponía por delante a su equipo en el último medio minuto: 80-79.
A continuación, cuando el balón más quemaba, Tunçeri se inventó una asistencia salvaje para que Erden se colgara y forzase la personal. Empero, el pívot falló el 13º tiro libre de su conjunto en todo el choque y Serbia tendría la posesión definitiva. O eso creía. Teodosic, quién si no, tiró de sangre fría para decidir, esta vez no con un triple de ocho metros, sino con una penetración que generó ventajas en la zona rival, aprovechando Velickovic el pase de Rasic para dejar helado el pabellón turco a cuatro segundos para el final: 82-81.
Había lágrimas, gritos, suspiros, gestos de incredulidad. Turquía parecía quedarse en las puertas del mismísimo cielo, tras nadar todo el Bósforo para morir en la Mezquita Azul. Hasta que apareció Tunçeri. Heroico, líder, descarado, valiente. Y un millón de adjetivos más que le dedicarán en Turquía por los siglos de los siglos. Aprovechando un descuido de Serbia, aprovechó el pasillo lateral para, cual alumno más listo de la clase, colarse hacia canasta y anotar la bandeja más fácil de su vida. Y la más importante.
Hubo celebración por anticipado, mas aún le quedó medio segundo a Serbia para rozar la gesta y volver a cambiar el epílogo de un guión con mil finales posibles. El de la gesta serbia no estaba contemplada. El tiro a la desesperada de Velickovic se encontró con los infinitos brazos de Erden y con él perecieron las ilusiones de una generación única, capaz de dominar Europa en los próximos lustres. Murió con la bocina final la fascinante actuación de Teodosic, aval de estrella, los méritos de Keselj, descomunal, la sigilosa metralla de Savanovic. Ellos bien merecieron jugar una final, pero sólo había hueco para uno. En cuatro segundos, las lágrimas cambiaron de significado para comenzar a celebrar la fiesta más grande jamás vista en Estambul con un balón de baloncesto como excusa. La rabia de 40 minutos de un encuentro maravilloso, liberada, el Athena de 12 Dev Adam sonando y la moral allende las nubes. ¿Seguro que te fías de ellos, Estados Unidos?
BOXSCORE
Fuente: acb.com - Sitio Turquia 2010
Quizás no lo veamos nosotros. Probablemente, ni él mismo lo vea. Pero si algún día, paseando por una calle de Estambul, a orillas del Bósforo, uno se encuentra con la "Calle Tunçeri", alguien debería relatarle un pequeño cuento, aquel de los cinco minutos más mágicos vividos en la historia del baloncesto turco. Un fantasma que apareció en el momento clave, un anti-héroe que bordó su papel, planteando un encuentro soberbio de principio a fin, un príncipe azul, Turkoglu, en horas bajas, y un final apoteósico, emocionante y vibrante, con final feliz. La obra más bella firmada por el Sinam Erdem.
Quién le iba a decir a Ilyasova, cuando ponía al rojo vivo al pabellón local, que su canasta inicial sería su última en la primera mitad. Los turcos intentaron imponer su ritmo pero muy pronto acabaron perdidos ante la maraña defensiva de su rival. Un par de triples les servía a los balcánicos para resistir la embestida rival (6-6) y la presión atrás haría el resto. Turquía jugaba por impulsos, con muchas ganas pero poco acierto, contagiado de las ansias latentes en las gradas, del ambiente de euforia que rodeaba al partido. Presión, puro presión. Acciones precipitadas, juego exterior nulo y una sensación clara, desde los compases iniciales, de que los de Ivkovic marcarían el compás.
Teodosic alzaba los brazos, buscando a su afición y encendiendo a la parroquia local tras un 2+1 de Bjelica y Velickovic, con su segundo triple, culminaba la excelente puesta en escena serbia: 15-8 (m.6). A falta de ideas y con Ilyasova totalmente desaparecido, Turquía se encomendó a su velocidad en el contraataque tras robar el balón, a su imán defensivo Onan y, especialmente, a su máxima estrella, Türkoglu. De su mano, en un arranque de rabia y de orgullo, los locales endosaban un 0-7 a su oponente para igualar en el luminoso (15-15, m.8), , aunque cinco puntos consecutivos de Teodosic permitían que el encuentro tuviese un color azul al término del primer acto: 20-17.
Como si jamás hubiese habido separación entre un cuarto y otro, el segundo fue una perfecta prolongación en el parqué. Mismas virtudes, mismos defectos. Turquía se obsesionaba con su juego interior y los puntos no llegaban. Sin embargo, su agresividad en defensa frenó el ritmo de su rival y con muy poco, un par de canastas con adicional seguidas, le pisaba los talones a serbia antes del ecuador del periodo: 26-25. El pabellón se caía. Era el turno del asesino silencioso. El que enamoró en Sevilla con sigilo, el que conquistará Valencia con sólo poner un pie en la Fonteta, el que cambió el partido contra España sin llevarse portadas o titulares. Lo volvió a hacer. Sin acciones para el highlight, sin gestos a la grada, sin piques, sin ruido. Un 0-7 con su firma merced a un par de canastas y un triple silenciaban el ensordecedor ambiente y abrían la máxima brecha en el encuentro: 33-25 (m.16).
Con Türkoglu en el banquillo y el abismo asomando, surgió la figura de Arslan, capaz de revolucionar el partido con varias acciones que dieron aire fresco al espeso ataque turco y que amenazaban con nivelar el choque justo antes del descanso (38-35, m.19). Sin embargo, un instante de inspiración de Keselj, una delicia técnica capaz de dinamitar los instantes más igualados, estiró la ventaja balcánica hasta los siete a la hora de irse a vestuarios: 42-35.
Había que reaccionar. Invictos durante todo el Mundial, ciclón temible reducido a mero chispeo por la seriedad del planteamiento de Ivkovic, Turquía tenía que ofrecer otros argumentos si quería alcanzar la primera final de su historia. No tardó en cambiar el escenario del choque. Un 2+1 de Erceg fue la carta de presentación. Krstic aguantó el temporal todo lo que pudo pero Onan, con un explosivo triple, igualaba por fin el marcador: 46-46 (min.24). Fuego en la pista. Fuego fuera de ella. El banquillo turco de pie, los brazos de Onan mirando al cielo, como el resto de aficionados que, ahora sí, veían que empezaba un partido nuevo. Y no estaban equivocados mas, para su desgracia, el nuevo encuentro que comenzaba era uno con Teodosic de protagonista. Aún más.
No tardó en hacerse notar. A la jugada siguiente del triple que convirtió el Sinam Erdem en lo más parecido al infierno en la Tierra, Milos cogió el balón, lo acarició, miró aro desde su casa y anotó a placer. Ahora no había gestos, ni gritos de rabia. Sin muecas, sin inmutarse. Así duele más. En las dos siguientes jugadas, se sacó de la chistera dos asistencias con su sello que Rasic y Keselj aprovecharon y, más tarde, se burló del equipo rival, sorteando a todos sus rivales para anotar una canasta que hacía mucho daño: 56-48 (m.26). En cuatro jugadas, en cien segundos del Teodosic más puro y decisivo, Serbia volvía a dar un puñetazo en el mentón de su rival.
Al borde del K.O, Turquía volvió a resistir, con una fuerza mental envidiable que compensaba su inferioridad en el juego y en el mando del partido. Una efectiva zona y dos triples del eléctrico Arslan, volvían a poner el encuentro en un puño, aunque ambos concluyaron con un regusto agridulce el cuarto por culpa de los tiros libres, auténtica condena. Unos pudieron remontar y los otros recuperar su ventaja, aunque el 63-60 final dejaba todo por decidir en el cuarto periodo.
Turquía salió a morder. Tunçeri avisaba con un robo sobre lo que haría después e Ilyasova pudo poner por delante a los suyos con un triple que se salió de dentro. Mensaje mandado. Si perdonáis, os ganamos. La excelsa dirección de Teodosic, la superioridad en el rebote ofensivo y los puntos en la zona de Krstic, otro que se apuntaba a la moda de fallar desde la personal, le bastaba a los balcánicos para seguir mandando (66-61), pero un triple de Türkoglu volvió a calentar los ánimos en Estambul. Déjà vu. Más gestos de rabia, más brazos agitándose, más emoción, más esperanza.
Y más sangre fría serbia, capaz de despertar de aquella pesadilla llamada zona 1-2-2 con un par de triples, en los momentos más tensos, de Keselj y Teodosic, perfectos aspirantes a anti-héroes en Turquía: 72-64. Restaban cinco minutos y el guión parecía escrito. Turquía había estado demasiadas veces a punto de remontar pero jamás había consumado su reacción. Demasiados brindis al sol, demasiadas embestidas. Mucha épica, poco resultado.
Aún les quedaría una última oportunidad, guiado por el jugador más desaparecido en los 35 minutos anteriores, Kerem Tunçeri. De fantasma a mito en cinco minutos. Un triple suyo sacaba de la UCI a Turquía y, tras una canasta de Onan, anotaba a aro pasado para volver a meter el miedo en el cuerpo de su rival: 75-73 (m.37). Habría más. El ex base del Real Madrid puso a todo el país en pie en la acción posterior, con un triple de siete metros que cambiaría por siempre la historia de la semifinal: 75-76. Ahora sí, Turquía podía mirar desde las alturas -pequeñas, pero alturas, al fin y al cabo- a su rival. Ahora sí, Serbia debía demostrar su entereza para manejarse en un escenario nuevo que no le pertenecía.
Onan, sinónimo de alma y de corazón, encendió los fuegos artificiales con dos tiros libres que clavaba como una flecha el 0-9 en el corazón de su rival. Sin embargo, cuando lo más difícil estaba hecho, Turquía no remató a Serbia. Los de Ivkovic, agonicamente y con dos tiros libres forzados por un Keselj que voló como un ángel para capturar uno de los rebotes del Mundial, ponía por delante a su equipo en el último medio minuto: 80-79.
A continuación, cuando el balón más quemaba, Tunçeri se inventó una asistencia salvaje para que Erden se colgara y forzase la personal. Empero, el pívot falló el 13º tiro libre de su conjunto en todo el choque y Serbia tendría la posesión definitiva. O eso creía. Teodosic, quién si no, tiró de sangre fría para decidir, esta vez no con un triple de ocho metros, sino con una penetración que generó ventajas en la zona rival, aprovechando Velickovic el pase de Rasic para dejar helado el pabellón turco a cuatro segundos para el final: 82-81.
Había lágrimas, gritos, suspiros, gestos de incredulidad. Turquía parecía quedarse en las puertas del mismísimo cielo, tras nadar todo el Bósforo para morir en la Mezquita Azul. Hasta que apareció Tunçeri. Heroico, líder, descarado, valiente. Y un millón de adjetivos más que le dedicarán en Turquía por los siglos de los siglos. Aprovechando un descuido de Serbia, aprovechó el pasillo lateral para, cual alumno más listo de la clase, colarse hacia canasta y anotar la bandeja más fácil de su vida. Y la más importante.
Hubo celebración por anticipado, mas aún le quedó medio segundo a Serbia para rozar la gesta y volver a cambiar el epílogo de un guión con mil finales posibles. El de la gesta serbia no estaba contemplada. El tiro a la desesperada de Velickovic se encontró con los infinitos brazos de Erden y con él perecieron las ilusiones de una generación única, capaz de dominar Europa en los próximos lustres. Murió con la bocina final la fascinante actuación de Teodosic, aval de estrella, los méritos de Keselj, descomunal, la sigilosa metralla de Savanovic. Ellos bien merecieron jugar una final, pero sólo había hueco para uno. En cuatro segundos, las lágrimas cambiaron de significado para comenzar a celebrar la fiesta más grande jamás vista en Estambul con un balón de baloncesto como excusa. La rabia de 40 minutos de un encuentro maravilloso, liberada, el Athena de 12 Dev Adam sonando y la moral allende las nubes. ¿Seguro que te fías de ellos, Estados Unidos?
BOXSCORE
Fuente: acb.com - Sitio Turquia 2010
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