No es el sheriff de Hadleyville, que esperaba en su pueblo a ese criminal al que había atrapado años atrás y que había sido perdonado por la Justicia. Sin embargo, Luis Alberto Scola aparece a la hora señalada, como el título de aquella película con Gary Cooper y Grace Kelly. Y el capitán de la Selección argentina de básquetbol se abre en un diálogo con Clarín que durará hasta la medianoche madrileña.
“Nuestra historia es emotiva y divertida”.
Somos un equipo de básquetbol que de no tener demasiada historia de repente salimos campeones olímpicos ganándoles a todos en una competencia sin boicots. Y después volvimos a ganar una medalla -reflexiona-. Si fuéramos un equipo de Estados Unidos, ya hubiésemos tenido un libro, un especial o una película de esas que te hacen caer las lágrimas con imágenes en cámara lenta y música adecuada. No tenemos nada de eso, pero no me cambia nada porque el logro es el mismo”.
Scola es la cara visible de la movida de marketing que busca suplantar el apodo de Generación Dorada por El Alma Argentina, gracias a los valores de la Selección. ¿Cómo le pega esa elección? “Habrán pensado que como estuve en muchos torneos tienen la tranquilidad que yo siempre voy a estar, mientras que quizás otros jugadores importantes no podrán el año que viene -responde-. Lo que está claro, al margen de quién tenga más grande la foto, es que la Selección tiene muchos jugadores donde apoyarse : Manu, Chapu, yo... y más detrás. Siempre van a estar los que más impacto causaron en la gente”.
-¿En la Selección es donde jugás con mayor comodidad?
-Me gusta mucho y disfruto jugar en la Selección, pero no siento que sea mejor que jugar en un equipo. Es más, me siento incómodo cuando la gente me pone en un lugar superior porque siempre jugué para la Selección. Se me da un mérito que no tengo. Estos torneos me hacen mejor jugador y me brindan un nivel de competencia que no se puede conseguir en otro lugar.
-Pero no podrás negar que transmitís liderazgo deportivo dentro de la cancha y humano como capitán del grupo...
-Llevo 13 años jugando para Argentina y eso te da un montón de cosas. Me hace sentir cómodo tener ese status dentro del equipo, pero hubo momentos, sobre todo al principio, en los que no encontraba mi lugar en la Selección y en el club estaba mejor.
-Por un golpe en tu rodilla derecha se generó una duda tremenda. ¿Te das cuenta que no te puede pasar nada por tu importancia?
-Fue una cosa pasajera y se magnificó un poco. La próxima vez habrá que tener cuidado y aclarar que fue algo leve. Me lastimo poco y no deberían preocuparse tanto. Sé lo importante que soy para el equipo, pero hay otros muy importantes. No somos Estados Unidos, que tiene quince jugadores por puesto, o España, que tiene cinco. No tenemos gran cantidad de jugadores por puesto, con lo cual es un problema si falta un jugador importante.
-¿Sentís un cosquilleo particular porque se viene un Juego Olímpico y no un torneo cualquiera?
-La preparación es la misma, pero a un Juego Olímpico lo diferencia lo que lo rodea. Un Mundial es sólo de básquetbol y no es lo mismo vivir en un hotel que en la Villa Olímpica. En un Juego todo se magnifica porque el mundo habla de varios deportes y al mismo tiempo se diluye la atención para nosotros. Es una experiencia gigantesca, social, cultural y deportivamente hablando.
-Ustedes dejarán un legado deportivo innegable, pero además le dieron una identidad a la Selección. ¿Qué reflexionás sobre esto?
-Me pone más orgulloso haber instalado una forma de trabajar, de competir, de ser profesional. Si me dieras una varita mágica, a un joven que llega a la Selección le pasaría eso porque es la clave del éxito. Dentro de 10 años, cuando ya no juegue (risas), me gustaría ver eso cuando me siente a ver a la Selección. Yo no tengo miedo a perder si se siguen ciertas pautas. No es lo mismo ganar de cualquier forma, aunque ganar siempre opaca cualquier cosa negativa. Pero mi sueño es ver en el futuro que Campazzo, Delía, Giorgetti, Laprovíttola y otros trabajen de la misma manera que nosotros y que le pasen esa idea a los chicos nuevos. Ese sería mi mayor orgullo. Tengo miedo a que no se hagan las cosas bien, pero no a perder.
Nota: Hernán Sartori - enviado especial Diario Clarin
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