España puso segunda y derrotó Australia



España se ha impuesto a Australia por 70-82 en un partido en el que la Selección ha tenido momentos brillantes en el segundo y tercer cuarto. Pau Gasol (20 puntos), Rudy (17) y la inmensa labor de Felipe Reyes (12 rebotes), clave en una victoria que acerca los cuartos. Navarro fue baja por lesión.

Dos de dos para España. El conjunto de Sergio Scariolo sentenció a la siempre correosa Australia con más facilidad de lo esperado tras lo visto en el primer cuarto, donde su rival siempre llevó la iniciativa de juego, explotando los fallos en la defensa interior y en el ataque exterior de España (19-14, m.10).

La garra de Felipe Reyes y de Fernando San Emeterio permitieron que su equipo le endosase un 0-9 de parcial a Australia que cambió para siempre el signo del choque. Pese a los intentos de Ingles, España mejoró el rebote, le dio velocidad a su juego y tomó la iniciativa al descanso (32-37), antes de la explosión definitiva en el tercer cuarto.

La regularidad de Pau Gasol y, especialmente, la eficacia de un Rudy que se recuperó de un aparatoso golpe con una cámara para acabar siendo determinante desde la línea de tres, rompieron el partido en un abrir y cerrar de ojos.

La brecha inicial de 0-10 en el tercer cuarto le quitó emoción al partido (32-47, m.23) hasta el bocinazo final, si bien hubo tiempo para el disfrute -mate de Rudy que estableció la máxima y de Ibaka que puso en pie al pabellón- y para el arreón final australiano, que acabó maquillando con orgullo, sin hacer nunca peligrar la segunda victoria española en los Juegos.

Un cactus en plena Antártida. Un pingüino en pleno desierto. Una mala canción británica en la ceremonia inaugural de estos Juegos. En este mundo hay situaciones que no encajan de ninguna de las maneras. Ver a Navarro con vaqueros es una de ellas. Que sí, que el pobre hombre tendrá más vida más allá de la cancha, mas verle al otro lado de la pista, a tan pocos centímetros del parqué, es antinatural.

Contagiados por la impotencia de ver al ser imparable parado por una fascitis plantar, la Selección Española arrancó su partido contra Australia con frialdad, desacertada, sin chispa. Finta tras finta, contraataques sin culminar, la quimera del rebote. Viejos conocidos aquellos amistosos de hace un par de semanas, los australianos parecían tenerle tomada la medida al conjunto español. Y para dominar no les hacía falta escaparse en el marcador. Simplemente, el ritmo era suyo.

A base de rebotes en ataque, los oceánicos se colocaron por delante (8-6, m.5) y amenazaban con dar muchos problemas. Pau se dejaba ver, especialmente tras un gran mate inicial, pero, sin Navarro, Rudy no daba un paso al frente y Llull no acertaba sus intentos de canasta. La floja defensa interior de los de Scariolo permitía a Australia moverse con comodidad, tanto en pista como en el luminoso, recuperando el mando del choque tras el triple de Worthington (15-13) y abriendo brecha en los últimos compases del periodo inicial tras la irrupción de Dellavedova.

El joven base jugaba con descaro, sin complejos, aportando un ritmo que nadie en España, ni siquiera el entusiasta Sergio Rodríguez, podía seguir. Una bomba suya, aroma a Navarro, y un excelso pase culminado sobre la bocina por Baynes, ponía la máxima para su equipo (19-14), que aprovechaba la nulidad inicial exterior de los españoles para mandar el primer aviso.

Había que cambiar algo. El baloncesto, por más que nos compliquemos, a veces no es tan complejo. Sota, caballo, rey. Si tu rebote en defensa hace aguas y tu juego exterior está desaparecido, ganar solo es posible con dos llaves. La del milagro y la de la reacción. Terrenales ellos, probaron por la segunda vía. Scariolo movió el banquillo y encontró respuestas entre los menos habituales, que supieron leer muy bien la situación de la contienda. Las florituras podían esperar. La testosterona pesaba más.

En ese terreno, Felipe siempre será el rey. Sus brazos se multiplicaron para frenar la sangría en el rebote y San Emeterio se unió pronto a su cruzada, con garra y acciones clave para virar el rumbo del choque. La velocidad de Sergio Rodríguez hizo el resto. Un gran pase en contraataque fue aprovechado por el omnipresente Pau Gasol para hacer el 2+1 y darle por fin la ventaja a España. Más tarde, Fernando anotaba en suspensión y, en la siguiente jugada, asistía a Pau para que se colgase en alley-oop. 0-9 de parcial. 21-26 y partido nuevo.

Corriendo, España fulminaba a Australia y, al mismo tiempo, parando el ritmo de Dellavellova, se le fundían las ideas al conjunto rival. De perogrullo. Y qué fácil parecía. Y qué bien la movía España en ataque por momentos, jugando de memoria, jugando por fin con alma. Como si tras tantos años juntos, supieran donde estaba cada compañero, incluso con los ojos vendados. Sintiendo, compartiendo, jugando. Por fin jugando. Un par de acciones colectivas de mérito, con un movimiento de balón excelso, siempre buscando un pase extra, el tiro más sencillo, permitieron a Llull y Rudy anotar sendos triples. 28-34. La resurrección parecía un hecho.

Ni el incansable Joe Ingles, tirando –y anotando- como un verdadero líder, ni un par de contraataques consecutivos culminados por Mills después de dos fallos infantiles de España. Ni siquiera la desafortunada acción en la que Rudy, para salvar un balón, se abría una brecha en la cabeza al chocar violentamente contra la cámara de un fotógrafo. Nada cambiaba el guion del cuarto. Ni el de un partido que, tras la reacción española, parecía encarrilado pese a la estrechez del marcador al descanso: 32-37.

Por unos minutos, Rudy hubiera preferido llevar vaqueros. Sus gritos antes de abandonar la pista directo a vestuarios habían dejado helado al pabellón londinense. El dolor, que no por pasajero era menor, se materializó en sangre y las sensaciones no eran las más idóneas antes de empezar el tercer acto. Quizá, los que le pusieron en el vestuario, fueron los tres puntos más importantes de todo el encuentro.

Porque Fernández arrancó como un ciclón el periodo, su periodo, y de su mano, España voló. Todo funcionó. Todo encajó. Marc posteaba y taponaba, Rudy ponía 10 de ventaja y Pau, sublime, encadenaba 5 puntos con triple y palmeo para completar el 0-10 de inicio y mandar la emoción al garete. En tres minutos, el thriller ya era homenaje. 34-49, partido roto, y a disfrutar.

Tantas alternativas, tantas situaciones difíciles, tantos nervios. Nada quedaba ya del primer cuarto. Ni rastro de Mills. Sin noticias de Australia. Ni de su pegajosa forma de estar siempre en el encuentro, de no rendirse jamás. Pau tiró la primera ficha y Rudy se encargó de tirar, pisar y romper en mil pedazos, por si quedaba alguna duda, el resto del dominó.

Solo Baynes se atrevió a toser (36-51, m.25), mas no llegó ni a resfriado. Pau alcanzaba la veintena a tiempo que la defensa a toda pista de Australia hacía aguas. España, relajada, sacaba el balón con facilidad y siempre encontraba la opción más idónea, con Rudy Fernández de ejecutor. Un par de triples del jugador balear hundían a su oponente y, a continuación, un mate del propio escolta, disfrazado de Navarro y de sí mismo a la vez, certificaban su exhibición y el rojo vendaval en Londres: 37-61 (m.28). Esta brecha sí era letal.

El resto, una cuenta atrás con más espectáculo que emoción. Del final del tercer periodo (42-63) al del mismísimo partido. Simplemente, todo estaba dicho.

España había ganado. Quedaban 10 minutos pero ya había ganado. Con esa premisa, dejar de sufrir era lógico. Dejar de disfrutar, no. Y cuando de disfrutar en la cancha se trata, siempre sale el nombre de Ibaka en la ecuación. El pívot aprovechó la poca tensión del partido para imponer su ley sin preguntar.

Un tapón sería el aperitivo a su guinda final en la más que probable mejor jugada del torneo hasta el momento. Con Sergio de inventor, Serge cogió en el aire el balón entregado por el base canario y, saltando desde su Congo natal, se colgó con violencia en el aro, forzando incluso la personal tras su mate. Pabellón en pie, incluido un Rudy al que ya ni le dolía a la cabeza, mientras reía desde el banquillo, recordando aquellos alley oops en Portland que repetirán de blanco en Madrid. Tiro libre fallado y otro rebote para Felipe (¡12 capturas!), eterno, en una jugada que simbolizó como ninguna la superioridad española tras el descanso. Un monólogo.

De ahí al final, sensaciones encontradas, para darle algo de picante a un partido que ya no tenía historia. Ibaka se recreaba con otro salto de concurso, el reclamado Claver saltaba a la pista y se lucía con un tapón, Sada se estrenaba en el partido sin demasiado acierto y Pau Gasol, relajado en el banquillo, se quitaba sonriente las botas en señal de victoria. Con cinco minutos más, tal vez hubiera tenido que poner otra vez.

Y es que Australia volvió a colocarse el traje de equipo pegajoso para tirar de amor propio y llegar a acercarse en el luminoso (64-74), aprovechando su –ahora sí- efectiva presión a toda pista y la relajación de los de Scariolo, para acabar a solo doce puntos (70-82) de un equipo que supo suplir la impotencia de los vaqueros de Navarro con los puntos de Rudy Fernández y la alegría, por momentos, de los días más dorados. Y no hay mejor señal que esa.

Sintesis

Australia (70): Mills (11), Ingles (12), Dellavedova (9), Andersen (4) y Maric -equipo inicial-, Gibson, Newley (12), Barlow (2), Worthington (5), Baynes (8) y Nielsen (7).

España (82): Pau Gasol (20), Rudy Fernández (17), Jose Manuel Calderón (4), Sergio Llull (8) y Marc Gasol (12) -equipo inicial-, Sergio Rodríguez, Reyes (7), Claver, San Emeterio (4), Ibaka (8) y Sada (2).

Cuartos: 19-14, 13-23, 10-26 y 28-19.
Árbitros: Carl Jungebrand (Finlandia), Borys Ryzhyk (Ucrania) y José Carrión (Puerto Rico).
Estadio: Basketball Arena, Londres - Reino Unido.
Público: 9.103 espectadores.

Fuente: ACB.com

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